lunes, 17 de septiembre de 2012

¡Una de bodas...!



Todo el mundo reniega de las bodas… que si me han invitado a una boda, qué putada. Venga a soltar pasta: que si el vestido o el traje (porque si eres como yo, que tiene una boda de década en década, posiblemente el vestido que te pusiste en aquellos tiempos lleva hombreras en los tirantes y te cabe en el dedo gordo), que si el regalo, que si …uf, a ver con quién me sientan en la mesa… porque esa es otra, cuidado con lo que dices en la mesa, con siete personas que acabas de conocer, que os miráis las unas a las otras pensando si te habrás equivocado de boda o si el traje nuevo de la de al lado es motivo de aquello de las hombreras… Y piensas, de qué hablo para que se note que no quiero entrar en discusiones polémicas pero que no suene a aquello de “puesí, puesí”… Ay, si es que hay cada situación social que hay que salvar… por aquello de mantener las formas. Bueno, que sí, que es un poco rollo.

Pero salvados estos pequeños inconvenientes que no hacen más que darle morbo y juguillo al evento –en qué quedaría una boda sin estar el día de antes buscando unos zapatos a toda velocidad, o sin perderse yendo al local de bodas sito a tomar viento- ya hay que asumir la realidad: se está en la ceremonia, si es civil tienes suerte, si es religiosa puedes irte al bar de enfrente o escuchar el sermón de “si no contáis con Dios en vuestra relación seguro que os separáis”. Porque vale, bien. Vamos a detenernos de nuevo en estas dos cuestiones: si la ceremonia es religiosa hay quienes lo primero que hacen cuando llegan a la Iglesia es localizar el bar más cercano y aparecen luego en el convite con la corbata en la cabeza, para qué andar con  preliminares, y hay quienes bien sea porque son creyentes o porque con esto de mantener las formas piensan que hay que soportar el chaparrón (yo misma, qué tonterida más grande) pues nos tragamos todo el speech del cura. Yo, primero busco un sitio localizado en los últimos bancos, y si puede ser al lado de alguien que conozca bien, que luego viene lo de darse la paz y ese momentazo paripé con alguien desconocido se lleva peor. Porque yo ir a comulgar, santiguarme, repetir las frases típicas… me abstengo, pero en el momento de darse la paz si tienes al lado a una persona desconocida que te tiende la mano con su mejor voluntad pues me da cosa dejarle colgado, puede pensar que no le deseas la paz, y nada más lejos de la realidad. Tú deseas la paz a todo el mundo pero vaya, no así. Por eso nunca me han gustado las obras de teatro interactivas.

Y luego eso, el sermón. Yo lo escucho, de verdad que sí, pero como un experimento sociológico (como los que vemos Gran Hermano) y no como una cuestión de fe, evidentemente. Me he fijado que dependiendo de si el cura es más joven o más talludito la cosa cambia. Pero porque el joven es más radical en su discurso, sí, sí, como os cuento, lo tengo comprobado… Claro, es que para que hoy en día un tío de 30 años se meta a cura tiene que haber interiorizado un discurso muy salvaje, sino ya me diréis, y esto con el mayor de los respetos y sin querer ofender a nadie. Hace 40 o 50 años casi todos los niños querían ser cura, era la moda e incluso era una buena forma de sobrevivir a la dura posguerra, es hasta entendible. Pues eso, que el cura soltando aquello de “acoged a Dios en vuestra relación porque si no, no os puedo asegurar de que aguantéis”… hombre, que se están casando los chiquillos, no les agues la fiesta ya. Y vaya, que por mucho Dios que sea, una relación es de dos personas… tres ya son multitud, y si tenemos en cuenta que al final entra la suegra, el cuñado… ni el coño de la Bernarda es aquello ya...

Después de soportar la ceremonia viene la celebración. Y aquí quería yo llegar. Yo soy más bien de salir poco, pero en las bodas no sé qué me embarga que lo doy todo. Y sin necesidad de secar la barra libre (que yo no suelo beber, en general). Claro, es que me ponen Camilo Sesto ya de entrada y no puedo dejar de moverme…y luego Rafaella Carrá. ¿Quién puede resistirse a esa delicia?. A mí me resulta imposible. Y me da igual que la boda sea de mañana o de noche. Yo, que soy de trasnochar poco, me lanzo a la pista de baile cual persona imbuida por el baile de San Bito. Y aguanto con los taconazos como una jabata.  Ahí estoy yo marcándome el Nosa, dándolo todo, aunque en realidad odie esa canción. Porque ese es otro de los fenómenos que experimento: las canciones que habitualmente me parecen abominables en las bodas hasta las bailo con coreografía, y si no tienen me la invento. 

Yo intento darle a todo esto una explicación, porque soy una mujer de mucho reflexionar… Y creo que la he encontrado. Los bailes de las bodas tienen toda esa carga kich, entre viejuna y bizarra, que a mí me hace falta para que se me dispare el cuerpo. La música que siempre ponen, que la mayoría me encanta y ya casi nunca se encuentra en bares normales, la estética de los salones estos de boda, con su bola de discoteca, sus columnas de espejos, los “que se besen los padrinos”… y, sobre todo, la compañía, las personas con las que has desatado tu furia bailonga. Si os fijáis, a las bodas normalmente acude una mezcla heterogénea de familiares, amigos… Lo que compone una masa que va entre los 15 y los 80 años. El público que abarrota la pista de baile es lo que, definitivamente, acaba por convencerme: bailar Los Pajaritos con mi tía, con casi 70 años, que hasta escayolada es capaz de dar dos vueltas de campana, hacer coreografías de Pimpinela con mi tío, que está sordo cual tapia pero que el “y pega la vuelta” lo escucha bien clarito… Marcarme un “agarrao” con mi primo segundo de 15 años, que el pobre no sabe dónde poner las manos. Y luego ese “Folou de líder”, con la novia en cabeza, arrastrando un vestido carísimo y lleno de lamparones de licor, y diciendo entre exabruptos:  ¡¡¡Ogggg quieeeeroooommpfff….grrraa..ciasssss porrrrfff venirrr....!!!.


Pero, en serio, ¿vosotros podéis resistiros a esta maravilla…?